En todas las casas hay reglas "sobreentendidas", que tú pensarás que son universales y basadas en el sentido común. Sin embargo, "cada cabeza es un mundo": cada familia protege y promueve sus propios valores.
Eso se vuelve evidente cuando llega algún amiguito de tu hijo que no sigue tus reglas. Yo me quedé atónita cuando una amiga de mi hija se rehusó a comer lo que le serví. "Uuuh, eso no me gusta," me dijo con un gesto de horror.
En mi casa una regla es siempre aceptar con buena cara lo que te sirven. ¿De dónde salió esta regla y por qué era importante?
Es una regla antigua, por lo menos desde los tiempos de la Gran Depresión. Mis abuelos enseñaron a mis papás a aceptar la comida sin quejarse simplemente porque era escasa. Comer con gusto es un privilegio y una señal de respeto y agradecimiento.
- Piensa en tres reglas "sagradas" de tu casa.
- No es necesario que tú las inventes, porque hay convicciones que traes muy arraigadas. Pueden ser cosas que te enseñaron tus padres, y a veces son cosas que quisieras haber aprendido de chico.
- Trata de escribir cada una de estas reglas con un solo enunciado.
- Por ejemplo: "En mi casa no usamos malas palabras", o "En esta familia, todos ayudamos con el quehacer."
- Ponte a pensar en el significado de cada regla, porque te define como familia.
- Si no usan malas palabras, es porque ustedes tienen convicciones muy propias sobre el valor de las palabras y el respeto.
"No pegues a tu hermano" se vuelve "En esta familia protegemos a los pequeños"; "Levanta tu plato de la mesa" significa "En esta familia todos ayudamos."
Haz esta reflexión, para que puedas llevar a tus hijos a identificarse con los valores que comparte la familia. Así las reglas se vuelven una extensión de la personalidad familiar en vez de una serie de arbitrariedades impuestas desde arriba.
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